God Is Near

Have you ever heard the expression “the veil is thin” in reference to the separation between our material world and the heavenly kingdom? You may have even had moments when you’ve experienced this “thinness”: when keeping watch as a loved one nears death, when receiving one of the sacraments, or maybe while witnessing a moment of beauty. These experiences affirm that the world is not only the physical matter that we see and sense, but that our loving God is present and close to us amid the physicality of our daily lives.

In November, the Church draws our attention to this reality through two special feast days: All Saints Day and All Souls Day. On the former, we celebrate all those who have trusted in the mercy of Jesus, lived holy lives and now enjoy eternity in heaven with our Lord—those who are canonized and known to the Church and those whose names and hidden holiness are known only to God. On the latter and throughout the whole month, the faithful are encouraged to remember and pray for all those who have died in friendship with God and who continue to be purified of their attachment to sin before entering heaven. 

These two feasts are far from being morbid. Rather, they are an invitation to examine our hearts and lives more closely. With death comes the opportunity to be fully united with the God who loves us, with Jesus who himself experienced the pain of death so that we could be redeemed and restored to a full relationship with God. We are not hopeless but hopeful.

As we journey through this month, I encourage you to seek a greater awareness of God’s nearness to you and the places where “the veil is thin.” Join me in praying for the souls of the faithful departed. Through the mercy of God, may they rest in peace. 

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Dios se encuentra cerca de nosotros

¿Ha escuchado alguna vez la expresión “el velo es delgado” en referencia a la separación entre nuestro mundo material y el Reino celestial? Tal vez usted mismo haya experimentado esta “delgadez” en ciertos momentos: al velar a un ser querido que se acerca a la muerte, al recibir uno de los sacramentos o quizá al presenciar un instante de gran belleza. Estas experiencias nos confirman que el mundo no se reduce únicamente a la materia física que vemos y percibimos, sino que nuestro Dios amoroso está presente y cercano a nosotros en medio de la realidad tangible de nuestra vida cotidiana.

En noviembre, la Iglesia dirige nuestra atención a esta realidad a través de dos fiestas especiales: el Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos. En la primera, celebramos a todos aquellos que confiaron en la misericordia de Jesús, vivieron vidas santas y ahora gozan de la eternidad en el cielo con nuestro Señor —tanto los canonizados y conocidos por la Iglesia como aquellos cuyos nombres y santidad oculta solo son conocidos por Dios. En la segunda, y a lo largo de todo el mes, los fieles son invitados a recordar y orar por todos los que han muerto en amistad con Dios y que continúan siendo purificados de su apego al pecado antes de entrar en el cielo.

Estas dos fiestas están lejos de ser mórbidas. Más bien, son una invitación a examinar con mayor profundidad nuestro corazón y nuestra vida. Con la muerte llega la oportunidad de estar plenamente unidos al Dios que nos ama, al igual que con Jesús, quien experimentó el dolor de la muerte para que pudiéramos ser redimidos y restaurados a una relación plena con Dios. No somos un pueblo sin esperanza, sino un pueblo lleno de esperanza.

A lo largo de este mes, los animo a buscar una mayor conciencia de la cercanía de Dios y de aquellos lugares donde “el velo es delgado.” Acompáñenme en orar por las almas de los fieles difuntos. Por la misericordia de Dios, que descansen en paz.


 

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